En Otro Canal
Armando Reyes Vigueras
Dado el escenario político que vivimos, en particular luego de las elecciones del pasado 6 de junio, uno pensaría que la oposición presentaría una agenda que llamara la atención, ya no digamos que marcara la pauta en medios y redes sociales, pero lo que tenemos es una oposición que sigue en terapia intensiva y reaccionando al son que le tocan desde Palacio Nacional. Veamos por qué.
Oposición incómoda
La oposición en México sigue siendo motivo de preocupación para la ciudadanía que no la ve como un contrapeso real al intento de regresión a los tiempos del PRI hegemónico de parte de uno de los alumnos más aventajados del priismo, el actual presidente López Obrador.
Si desde Palacio Nacional se presenta en el show de las Mañaneras la serie “quién es quién” de las, según el propio equipo presidencial, mentiras en los medios, la oposición organiza conferencias de prensa para exhibir las que ha dicho el mandatario.
Claro que se trata de algo que entretiene a muchos, pero que deja de lado hablar de temas que nos deberían importar más como el impacto de la inflación en el bolsillo de los mexicanos –¿ya compró tortillas, gas, fue al mercado o vio cómo suben sus tarifas algunas empresas de Internet? –, algo que no está en estos momentos en la agenda que se discute públicamente.
Y es que después de que se formó la alianza entre el PAN, el PRI y el PRD, en muchos despertó la esperanza de que, por fin, dichos partidos podrían reivindicarse con la sociedad y empezar a hacer las cosas de manera diferente a como las hicieron en el pasado y que provocaron el voto de castigo en el 2018.
Pero no, lo que vimos fue la postulación de los mismos de siempre, dejando fuera a muchos de los activistas ciudadanos que se habían acercado a la alianza y que contaban con mayores simpatías que, digamos, la expresidenta municipal de Aguascalientes, quien fue la diputada propietaria en lugar de la ex presidenta del INAI, María Elena Pérez Jaen, que fue de suplente.
Además, la votación mostró que, a excepción del PAN, los otros dos partidos que participaron en la alianza buscan no servir de contrapeso, sino únicamente su supervivencia.
El PRD por poco rebasó el límite de votación para mantener el registro y dejó de ser el partido de la izquierda. De gobernar en varias entidades y estar cerca de la presidencia en la primera década del siglo XX, hoy no tiene alguna gubernatura y una bancada legislativa pequeña, sin figuras relevantes o caras nuevas que permitan esperar una renovación en el corto plazo.
El PRI tiene tomada su sede nacional y hasta balazos hubo, se pide la renuncia del dirigente nacional, Alejandro Moreno “Alito, y se mantienen las sospechas de que puede ser la parte más delgada del hilo que se puede romper en el terreno legislativo los próximos tres años.
Desde luego que ver como coordinador de sus diputados a un Moreira no es garantía de renovación o de que dicho partido refrescó sus cuadros.
Y el PAN sigue atrapado en su “onda grupera” –llaman así al interior al equivalente a las tribus perredistas o morenistas–, que hizo que las candidaturas se repartieran según los deseos de los caciques estatales –hola Jorge Romero, ¿contento con tus triunfos? –, dejando de lado esa idea que inspiró su fundación de ser una escuela de ciudadanía.
Además, que se esté pensando en la reelección de Marko Cortés para seguir conduciendo los destinos del partido, que es el más votado de la alianza y el único que se puede llamar seriamente oposición en estos momentos, deja mucho que pensar.
Y es que si algo ha hecho el PAN bajo la conducción de Cortés es reaccionar a las palabras que se pronuncian en Palacio Nacional, sin mostrar propuestas, sin denunciar con análisis o estudios –como antes lo hacían, quizá porque ya no tienen las fundaciones que hacían eso– las malas decisiones que se han tomado desde el gobierno y buscando ser un órgano propositivo y dejando de ser simples comparsas de los shows de la mañanera.
Los votantes no recuerdan alguna propuesta de la alianza, más allá de la necesidad de ser contrapeso del presidente –algo que está en duda hasta el momento–, y no se ve una idea simple –que ya es mucho pedir– para marcar un rumbo diferente en la discusión pública.
Así, la agenda de la discusión pública sigue siendo marcada por López Obrador, quien gracias a temas de los que se hablan en los medios y las redes –como la sucesión de 2024 o las supuestas mentiras que dicen los periodistas que lo critican–, se opacan asuntos más importantes como las malas decisiones que el propio presidente ha tomado en materia económica –¿o no se siente la inflación y el desempleo? –, el manejo de la pandemia o la inseguridad, por mencionar sólo tres de los asuntos más relevantes de los que se debería hablar y no ser testigos del duelo entre los miembros de la oposición y el presidente por ver quién miente más.
Pero si tenemos un presidente que sólo aparece en las mañanas en su programa de televisión, desapareciendo el resto del día a excepción de contados eventos y giras los fines de semana y no sabemos a qué hora gobierna, también tenemos a una oposición que no sabemos a qué hora va a trabajar como tal.
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