Mensaje Político
Alejandro Lelo de Larrea
El 30 de agosto de 2021, cuando todavía no asumían el cargo, alcaldesas y alcaldes de oposición recibieron la primera agresión por parte de los granaderos de Claudia Sheinbaum, esos que prometió desaparecer, pero que ahí siguen en sus cuarteles de Balbuena al oriente de la capital, listos para el llamado a la represión.
Desde ese día se dio la muestra de la persecución que vendría contra la oposición. Por órdenes del secretario de Gobierno, Martí Batres y del secretario de Seguridad Ciudadana, Omar García Harfuch, cerraron el paso a los alcaldes electos que se dirigían al recinto del Congreso de la Ciudad de México.
Ahí en la esquina de Bolívar y Tacuba los granaderos golpearon a los ediles, en especial a Lía Limón, de Álvaro Obregón, a quien le hirieron la nariz y sangró aparatosamente. Los cuerpos de choque de la policía tenían una sola instrucción: aquí nadie pasa. Ni los todavía diputados locales Margarita Saldaña o Mauricio Tabe, para entonces alcaldes electos.
Este es uno de los muchos ejemplos del gatopardismo de Sheinbaum: cambiar para seguir siendo igual… o quizá peor. A los granaderos sólo les cambió el nombre, y ahí siguen como un grupo de choque de la Policía. Hasta en ciudades de otros países en que la cultura de protección a los derechos humanos es sólida tienen este tipo de agrupaciones, pero los utilizan para contener hechos de violencia extrema, no como la supuesta izquierda en la CDMX, que las ocupan para golpear a la oposición política y a grupos sociales que no avalan su gobierno.
Esos mismos granaderos son los que el pasado 5 de junio, con toletes en mano y bajo amenazas, impidieron el paso a familiares de personas desaparecidas que protestaban en la llamada Glorieta de la Palma –esa que se le secó a Sheinbaum, lo mismo que el ahuehuete sustituto–.
También los que el 14 de diciembre de 2021, el mismo Batres y Harfuch, ordenaron dar la bienvenida con un cerco de granaderos con amenazantes toletes a migrantes que venían de Centroamérica, contrario al discurso de López Obrador de que se les recibía con víveres y la mano extendida.
O cuando el 2 de diciembre pasado –¡ooootra vez Batres y Harfuch!– ordenaron un operativo de granaderos que golpearon a habitantes de San Gregorio Atlapulco, en Xochimilco, sólo porque bloquearon una calle para exigir su derecho al agua. López Obrador dijo a Sheinbaum que valorara ofrecer una disculpa al pueblo por posibles excesos de policías. Ella ha guardado silencio ominoso.
El más reciente hecho de utilización de los granaderos de Sheinbaum contra la oposición ocurrió el jueves por la noche en el inmueble sede de la Alcaldía Cuauhtémoc. El contralor de la CDMX, Juan José Serrano, llegó a hacer una supuesta diligencia administrativa, pero lo acompañó una fuerza pública excesiva: al menos 130 granaderos que cercaron el edificio, golpearon a trabajadores e incluso a la alcaldesa, Sandra Cuevas, le impidieron abandonar el inmueble.
Así actúan los granaderos de Sheinbaum, a quien alguien debería decirle, igual a Batres y a Harfuch, que gobiernan para todos los habitantes de la capital, en la que crece la inconformidad social y la respuesta oficial es la escalada en el uso de las instituciones y la fuerza pública desproporcionada para reprimir a quien no esté de su lado. En prospectiva, no parece haber duda que Morena ya perdió la CDMX. Están a tiempo de una transición pacífica del poder y no sigan su escalada que puede revivir tiempos de las Regencias de Alfonso Corona del Rosal en 1968 o Alfonso Martínez Domínguez en 1971.
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