El dirigente nacional panista Marko Cortés nunca se avergonzó y mucho menos se arrepintió de haber firmado el “Acuerdo Coahuila”.
Como no le dieron los “pedazos de pastel político” que había pedido para los suyos, una vez ganada la elección por el candidato a gobernador Manolo Jiménez, hizo público el documento firmado, sin medir el impacto de su acción.
Siempre ha creído que hizo lo correcto.
Se exhibió él y exhibió a todos los firmantes.
Los correligionarios procuraron no hacer olas, por el daño que significaba para las aspiraciones de su candidata presidencial. En el partido azul no hubo mayores reclamos y Xóchitl Gálvez también fue medida en su crítica.
Si no le importó hacerlo público, menos le iba a importar lo que pensara la sociedad de su exabrupto.
Por muchos años corrió la versión, nunca probada, sobre el reparto de poder entre los partidos que ganaban una elección, del nivel que fuera. A cambio de apoyo electoral se prometían cargos públicos.
Marko, por escrito, confirmó lo que era un secreto a voces, para que no quedara duda.
En el documento revelado, firmado por el propio Marko, Alejandro Moreno Cárdenas, Armando Tejeda Cid, Rubén Moreira y Manolo Jiménez, se precisó el reparto del botín, la distribución de organismos públicos, la ratificación de un magistrado y la entrega de seis notarías.
Deshonroso para la política nacional, para quienes presumen como principal objetivo servir al pueblo y lo único que buscan es satisfacer intereses personales, enriquecerse del erario.
Y si fue capaz de firmar un acuerdo para repartirse el poder en Coahuila, todo hace sospechar que también firmó un acuerdo para la presidencial, en el supuesto de que triunfara su candidata.
Seguramente Xóchitl Gálvez no fue enterada si es que se concretó el compromiso, porque ella no estaba incluida en el grupo que tomaba las decisiones fundamentales para el desarrollo de la campaña.
La mejor prueba fue el regateo del dinero para sus actividades, así como la propaganda del PRI en televisión con imágenes de Alejandro y del PAN con Marko, en vez de la imagen de la candidata.
Ellos eran los jefes y como jefes se promocionaron. Primero ellos y después la candidata.
Impensable que esto hubiera sucedido en los mejores tiempos del PRI en el poder. Cuando nominaba a su candidato, salvo el presidente en funciones, no había nadie más importante que el candidato.
El candidato tenía la última palabra, se hacía lo que decía y podía disponer de los recursos.
Con Xóchitl fue diferente.
Nunca tuvo la conducción de su campaña.
Si existió algún acuerdo por escrito para la presidencial entre los líderes partidistas, ya debe estar hecho cenizas, aunque hay cínicos en la política, ya lo hemos visto, que guardan sus deshonras para después exhibirlas.
En un ejercicio de imaginación y considerando la voracidad de Alejandro Moreno Cárdenas no sería nada descabellado que se hubiera adjudicado la mayoría y las principales secretarías para su grupo. Para Marko las económicas, financieras y jurídicas. Y para Jesús Zambrano las sociales y ecológicas.
Xóchitl recibió trato de empleada, no de candidata.
Tuvo que aguantar hasta que le alzara la voz Marko Cortés y la reprendiera por haberse atrevido a llamar por teléfono a Claudia Sheinbaum para felicitarla por su triunfo.
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