En Otro Canal
Armando Reyes Vigueras
Lo sucedido en Querétaro durante el juego entre el equipo local y el Atlas de Guadalajara dejó de ser un tema estrictamente deportivo para incluirse en los análisis de la delincuencia que, para nuestra desgracia, se ha vuelto cotidiana en el país.
Los indicios de penetración del crimen organizado en las barras de varios de los equipos del futbol mexicano de primera división han sido rastreadas desde fines de la década de los años 80 del siglo pasado por un investigador universitario, Hugo Sánchez Gudiño, quien platicó con este espacio y nos compartió varios de los resultados de sus pesquisas.
Comienza la plática relatando que en un inicio “estuve trabajando en una investigación sobre los grupos de choque y el porrismo en la UNAM”, lo cual lo llevó a revisar lo que en ese entonces era una novedad en el deporte más popular del país, “surgen las barras, un modelo importado de Argentina a México porque el futbol mexicano atravesaba una crisis y se consideró que traer ese modelo generaría nuevas expectativas de mercadotecnia, publicidad, asistencia a los estadios, mayor festividad”.
El Pachuca fue pionero en eso y “los demás equipos copiaron ese modelo”, pero sin darse cuenta de un fenómeno que abriría la puerta a eventos como el que presenciamos en el estadio Corregidora, “muchos de los grupos de choque de la UNAM migran de las escuelas superiores a las barras bravas”.
De ahí, el siguiente paso se dio de manera natural, ya que “en un principio mantenían un perfil bajo, pero después se fueron volviendo violentas, tipo pandillas, y como tales el tipo de violencia que ejercían era pandilleril; estos grupos tomaron fuerza con los equipos porque, en efecto, lograban convocar y movilizar a miles de seguidores y eso se traducía en miles de asistentes y clientes potenciales al gran negocio que es el futbol, pero eran protagonistas en ciertas ocasiones de peleas por las rivalidades que había”.
Es en el 2004 cuando, de acuerdo a Hugo Sánchez, que “empiezan a aparecer grupos más violentos y vinculados al crimen organizado que se empiezan a incrustar en esas barras”. Un juego entre el América y un equipo brasileño ese año, empieza a provocar que el interés periodístico en las barras comenzará, pues “muchos diarios detectan en las imágenes que publican a jóvenes con tatuajes, un estereotipo que se presentaba como de las Maras Salvatrucha, por lo que se empieza a hablar de la infiltración de estos grupos en las barras y en efecto era así porque México es la ruta para ir a Estados Unidos, muchos de esos jóvenes se quedaban aquí y se incorporaban a estos grupos, les gustaba el futbol en su país y acabaron en las barras”.
Pese a que no era una penetración total, reconoce Sánchez Gudiño, “sí había miembros de esos grupos delictivos en las barras”, pero el tema pasó a segundo plano, aunque en paralelo se dio una “una penetración lenta y silenciosa de grupos del crimen organizado en las barras, hasta llegar al 2010 y el 2011 cuando vemos hechos similares en Torreón, en un juego Santos-Morelia en donde en el estadio lleno entran hombres armados de dos bandos rivales y comienzan a detonar sus armas con el público en medio”.
A partir de eso, el investigador comienza a recabar indicios de lo que estaba pasando: “Esos indicadores son el grito homofóbico y los gritos derivados de eso, es decir, este grito ha generado una gran polémica, la FIFA ha sancionado económica y deportivamente a México, y los directivos no saben como resolver esto. Además, hay otros gritos colaterales que no tienen tanta fama, pero parecen narcocorridos.
“El segundo que observé, es que los grupos barristas empiezan a utilizar tácticas intimidatorias en contra de los equipos rivales, utilizando mantas así como los cárteles, utilizan las narcomantas, me pareció que era algo nuevo y un indicador de que algo estaba pasando.
“En esas mantas, los fanáticos amenazan al entrenador, jugadores o directivos.
“El tercer indicador que detecté es que algunos futbolistas famosos que tienen fundaciones, públicamente agradecen la donación a algunos capos de algún cártel, el más famoso el Jalisco Nueva Generación, sin temor alguno.
“Finalmente, un cuarto indicador fue que alguno de estos grupos de barristas llevaron a la sede de su equipo una hielera con cabezas de plástico o de cartón simulando a los jugadores o directivos, así como lo hacen los narcos con sus víctimas”.
Esos indicadores, comenta Hugo Sánchez Gudiño, “anticiparon que podía ocurrir algo, que una chispa podía empezar algo y, en efecto, 15 días después (de una entrevista que concedió a Proceso y ESPN) ocurre lo de Querétaro y refuerza la hipótesis que veníamos trabajando y más aún la forma en que se dio el enfrentamiento, en donde el modus operandi con el que golpeaban a los tapatíos, tenía un símbolo particular: les quitaron la camiseta, eso es una seña identitaria de los cárteles, así se pelean los sicarios, así como unos cortan manos y otras cabezas, estos les quitan la playera y eso es como un sello del cártel que está agrediendo y, sobre todo, algunos líderes de la barra 51 del Atlas y de la Resistencia de Querétaro tienen antecedentes penales que los vinculan o con el CJNG o el Cartel de Santa Rosa de Lima”.
El investigador es pesimista respecto al futuro, “el modelo de las barras forma parte del organigrama de los equipos, no las pueden quitar porque si lo hicieran sería como cortarse un brazo, las barras forman parte del mismo modelo de negocio”.
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